Juan Carlos de Manuel Rozalén:»Mario Rodríguez Ruiz». Información, Alicante, 20.12.2015, p.70.
Devorar a tu hijo recién nacido. Desgarrar con tu zarpa su corazón, despedazándolo con tu boca de hiena: triunfante sobre el mal y la vida. Abrir en canal a tu madre a borbotones buscando el origen, el misterio sucio y sagrado de tu propia sangre. El exterminio, la excitación seminal y pura, la guerra a muerte, a dentelladas con tu propio hermano por la primacía. La impotencia estéril y destructora, el emblema sagrado, momificado, de tu improbable descendencia: nunca fundarás ninguna tribu. No: en ningún universo. Mario Rodríguez Ruiz es un artista que literalmente, se desnuda y se enfrenta a las primeras grandes preguntas. Y las responde a bocajarro. Con unos objetos preciosos. Apabullantes. Espeluznantes y bellos.
Mario Rodríguez, nacido en Monòver, doctor en Bellas Artes y profesor en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Alicante, es un pintor: de oficio. Entroncado en lo clásico, en su última serie, Alteraciones, compuesta por doce óleos figurativos de gran tamaño -con una cuidada elaboración intelectual y una técnica depurada- proyecta -con una gran carga culturalista y brillantez conceptual- su propia identidad, su origen, su crecimiento, su sufrimiento -su vida en mayúsculas- con una sinceridad y autenticidad brutal y desarbolante.
La madre generadora y destructora, símbolo de la naturaleza, humana, terrenal y divina. El padre protector y agresor, incapaz de generar una identidad reconocible. La pérdida de la inocencia, el aprendizaje como muerte. La alteridad, el hermano, la lucha del bien contra el mal, la fuerza atroz, bestial contra la cultura. El mito del incesto, de la juventud inextinguible, la vida eterna. El ciclo de la vida enmarcado en la muerte. La mujer como oponente en el crudo y agrio azar de la pasión. El amor como un coqueteo degradante y servil al que no quieres -ni debes- jugar. La sexualidad como castración, como imposibilidad de reconocerse en el placer. La identidad sexual masculina en un ambiente sajado socialmente: un clavo inextraíble en el óxido de la pulsión. Y al fin, la realidad: el matrimonio. La novia: la madre verdadera. Atrapada por la traición y la tradición familiar que une, enreja y arraiga en el barro. Y entierra. En vida.
La cultura como falsificación de la identidad, la pureza animal de la especie exterminada por la descarga limpia, remota, fría y telemática del poder. La silla eléctrica extraviada en el espacio exterior: nunca existió nada. La mujer -ahora, de nuevo- como seducción, dominante y castradora; la carta que nunca has de jugar. La imposibilidad de cualquier relación: la automutilación. La emasculación, el esclavo, el ángel caído: el altivo y suplicante, superviviente del campo de concentración. La boda, el primer aullido del desengaño. La trama de la colcha virginal que asfixia cualquier posibilidad de vida, de libertad.
Con un lenguaje claramente neoexpresionista desahuciado de color -una paleta precisa, contenida, austera- Rodríguez Ruiz afronta los mitos clásicos de la especie con claras alusiones –Francis Bacon, el Tommaso dei Cavalieri de Miguel Ángel Buonarroti, Goya con sus Pinturas Negras, Policleto el Viejo, Edvard Munch, la mandorla mística del Maestro Románico de Taüll, Picasso, Chris Martin, el turbador, descorazonador y desconcertante líder de Cold Play, la provocación del Cabaret Voltaire de Tristan Tzara, la Inmaculada Concepción de Murillo, el teatro japonés Kabuki o la artesanía popular- a la iconografía religiosa católica y a la historia y tradición de la propia pintura y culturas tanto oriental como occidental.
Para entender con claridad su cosmovisión, Mario Rodríguez nos invita -en la propia exposición- a su taller -en el que muestra sus herramientas (pinceles, espátulas, esponjas, rodillos), referencias visuales, dibujos preparatorios, pruebas de tonos e imprimación- y nos incita a que nos entreguemos a un impactante audiovisual en el que nos muestra el complejo proceso intelectual y técnico de creación de sus obras. El enigma es como Mario Rodríguez abordará en el futuro las grandes preguntas de la madurez: la crueldad y esterilidad del poder, la incongruencia e inevitabilidad de la muerte, el despojo del éxito, la inanidad de la propia existencia. La venganza. La serenidad ante el vacío. La desaparición.