Quimeras de la pluma es un grupo de escritura creativa que se reúne periódicamente en el Freaks Arts Bar (Alicante). Sus objetivos son animar a escribir, compartir ejercicios, escritos, intercambiar ideas y colaborar con otras sensibilidades creativas.
El 26 de mayo realizó una actividad durante la cual los asistentes escribieron diferentes textos libres mientras se visionaban tres obras de la serie Alteraciones: Teratoma, Más allá de mis muros y Reina de Corazones.
En primer lugar podéis leer los que realizaron mientras se proyectaba Teratoma:
En el banco del parque una pareja soportaba su dolor como bien podía Cada uno a su manera. Ella lloraba desconsolada cubriéndose el rostro con su mano derecha. Él le sujetaba la izquierda mientras buscaban porqués. Nada apaciguaba su pena. Lo perdieron irremediablemente y no podían admitirlo. Todo es negocio. Las manos se cruzan y se aprietan para cerrar acuerdos sin pararse a pensar en terceros. Terceros que son los últimos sin posibilidad de ser penúltimos. Venden huesos y carne a cambio de latas y tetrabricks. Otros, los primeros, compran esperanza.
Paco Bas.
Mucha carne roja. Bocas semiabiertas. Manos que acarician. Cráneos de personas tristes, desoladas. Un buen mordisco a la cabeza de mi camarada. ¿A qué sabrá? ¿Sólo me importa pensar en el sabor de una persona, de un individuo, de un ser humano? No somos más que piezas de un inmenso tablero de ajedrez. En él estamos colocados de forma inteligente, premeditada. Somos nada más y nada menos que peones, empujados a la batalla y a la muerte por reyes y reinas cuyas espaldas están protegidas por alfiles. Sus cabezas están defendidas por paladines que cabalgan robustos corceles. Sus vidas las custodian los gruesos muros de titánicas torres. Los primeros en caer en la confrontación seremos nosotros. Peones en una arriesgada, sangrienta y violenta partida de ajedrez. Seremos peones hoy, ahora y siempre. Esta fue, es y será el destino de quienes han sido escogidos para luchar las batallas de los poderosos. Colocados en hileras, no podemos mirarnos unos a otros. Debemos contemplar con mirada fija a los otros, a nuestros enemigos, a quienes tenemos el deber de derribar y hacer desaparecer porque visten diferente y tienen un color diferente al nuestro. Sumergidos en una guerra, en un holocausto, en una hecatombe de la que nadie, ni siquiera los monarcas y poderosos de este mundo, saldrá indemne. La batalla no es la solución. El problema del odio en el mundo no lo resolverá el que ambos ejércitos empuñemos las espadas y carguemos contra nuestros enemigos. Deberíamos arrojar las lanzas, apilar los escudos, partir en mil pedazos las flechas elaboradas a perforar corazas, atravesar miembros y órganos vitales. Abracémonos manchados en la sangre que derramamos por la codicia de los poderosos.
Jorge Cuesta.
El amasijo de brazos; cabezas; músculos; huesos…, tendones…, se empeñaba en alejar, con aquel apretón, el viento frío de La Bestia. La propietaria de la guadaña jamás pudo entender cómo en medio de tanta mezcolanza de pieles propias y ajenas pudiese pernoctar, aunque fuese una sola noche, un corazón que a cada latido aglutinase, con la persistencia del amor, incontables retazos de historias; de vidas, hasta traspasar con ellas la última frontera del aliento. Viajar juntos y abrazados, en el trayecto final del túnel, fue más confortable que hacerlo solo, en la fría esquina de algún vagón arrastrado por aquel tren de la muerte.
El Forjador de relatos.
El Otro Yo, como siempre, atormentaba al Yo en una lucha atroz entre el ser que se es y el que se aparenta. Como siempre, la batalla quedó en tablas. Como siempre, ganó el Desconocido.
Francisco Gijón.
Lo único que podía sentir era la angustia que me recorría todo el cuerpo-no cuerpo; porque yo, que era un no yo aún, aparentaba ser tú, sin ser tú. ¡Qué sinrazón más lógica! Eso es lo que hemos no sido tú y yo hasta llegar aquí: los dos mellizos que contemplan el cielo desde sus sillitas pareadas.
Marina Limiñana.
Insurgentes movimientos que acaban en trémulas curvas. Me pareció un instante cuando en realidad llevaba un terasegundo en el baño. ¿Tera? ¿Tanto? Cabían en un USB todas mis relaciones. Pero me miré en el espejo. El Teratoma se apoderó de mí.
Gloria López.
Sangre, carne, vísceras, músculos. Todo se altera en la violencia del gesto. Manos. Pies. Se mueven con desesperación. Intentan asir, sujetar, ¿abrazar? Te como, me comes. Me engulles, te engullo. Somos dos y somos uno. Venimos desde siempre para formar el futuro. Si nos dejan. Si nos dejamos.
Natalia Molinos.
La pelea había terminado. Había sido sangrienta. El púgil noqueado había quedado tendido en el cuadrilátero. El ganador, contra todo pronóstico debido a su menor peso, salió todo ensangrentado sostenido por su entrenador, que le felicitaba, susurrándole: “Ya te dije que no era necesario ver para poder vencer, de oído se puede luchar”.
Sandra de Oyagüe.
El virus se extendió con rapidez.
Cuentan durante las noches, obligados a refugiarse en lugares oscuros y bien guarnecidos, que el primer infectado fue Jordi Pujol.
Metió el dedo en el ojo de aquel ministro que nadie recuerda, aunque nunca se haya olvidado la escena en la que el dedo ensangrentado goteaba mientras Jordi mordía la oreja de su víctima.
El virus independentista comenzó así. Un dedo en el ojo… y dientes clavados en la oreja.
Francisco J. Tomás.
A continuación, los textos que escribieron mientras se proyectaba Más allá de mis muros:
Barreras imposibles de atravesar. O eso es lo que unos pocos quieren que pensemos una inmensa mayoría de incontables individuos sometidos a una dictadura invisible que creemos que no está, pero existe, que está latente y tiene presos a nuestros corazones, a nuestras almas, a nuestras esperanzas y sueños. No hay murallas, ni muros que puedan levantar los hombres a base de sudor, sangre y lágrimas que impidan el contacto entre la humanidad que habita este planeta. Me han enseñado que el que viene de África hay que llamarle “negro”; al chino “amarillo”; al sudamericano “indio”. Abominables y despreciables sujetos sin alma ni corazón. No sois más que unos pocos tipejos que vestís con putrefactos aunque elegantes trajes. Señaláis con vuestros dedos manchados de sangre, corrompidos por el poder y la ambición, a quienes debemos temer, a quienes tenemos que mirar con desprecio, indiferencia u odiar hasta la muerte. A todos esos hombres y mujeres que no tienen nada que llevarse a la boca. Que lo han perdido todo al huir de sus hogares por las guerras que estallan por un conjunto de intereses. Miles y miles de personas que huyen despavoridos de sus países en busca de una vida mejor. Recorren miles de kilómetros para alcanzar una sola meta: sobrevivir y no morir en el intento. Sin embargo, aquellos que dicen no ser reyes ni reinas pero ocultan sus coronas sonríen. Ríen, disfrutan desde su cómoda situación. Gastan enormes sumas de dinero y pronuncian las siguientes palabras: ¡Construir muros! ¡Levantad barreras! ¡Qué no pasen! Que no podamos ver no significa que no podamos sentir. La paz mundial no necesita muros. La paz y la fraternidad necesita decenas, cientos, miles de caminos que nos lleven a encontrarnos con nuestros semejantes.
Jorge Cuesta.
Madre a niño. Amantes adolescentes. Masturbación de razas. Abrazo entrañable. Collage de escenas de toda una existencia. Nos pasamos la vida abrazándonos. Nuestros recuerdos no están hechos de ojos; son memorias de nuestras propias manos. Cuando nos damos cuenta, la muerte se nos lleva.
Francisco Gijón.
No he salido nunca de mi ciudad, de mis calles, de mis muros, de mi casa, de mis paredes. Me retengo a mí mismo con la cotidianidad, que atropella mis acciones y derrota mis intentos de saltar de estas paredes, de esta casa, de estos muros, de estas calles, de esta ciudad. Quizás son las imágenes dantescas y lejanas de la televisión las que me congelan en mi ciudad, en mis calles, en mis muros, en mi casa, en mis paredes.
Marina Limiñana.
Nadie tiene por qué juzgarme. Todos no somos blancos, todos no somos negros. Puede que la escala de tonos se ajuste mejor a la realidad, a mi realidad donde las vísceras centrales laten al mismo compás y los labios tienen el mismo sabor. Desde que le vi no me lo quito de la cabeza. Una vida dulce chocolate, deliciosa mocca, se aloja en un vientre de alabastro. El mío.
Gloria López.
Llega la noche. Termina el día y comienza la vida. Increíble creación. Un nuevo ser se gesta. Partes del uno, partes del otro. Eternos elementos provenientes de ancestros, se unen, se entrelazan. Viejos modelos, experiencias, caracteres. Llora la criatura. Nueva, pero llena de tanto conocido.
Natalia Molinos.
Siempre había querido ser madre, pero la falta de ocasión y oportunidad lo había impedido. Y, allí, en ese momento, entre los escombros de los muros derruidos por la bomba, renació ese deseo cuando encontró a un pequeño, casi recién nacido, herido. Lo cogió entre sus brazos, arropándole y diciéndole: “No temas, yo cuidaré de ti”. Volvió a su país semanas después, había finalizado su voluntariado. No regresó sola, ahora eran dos, la mujer alta y morena y el pequeño indígena que había encontrado una nueva familia.
Sandra Oyagüe.
Jamás pensé que te querría tanto.
Te busqué con el anhelo de la desesperación que producía la apatía. El saber que no tendría que nada que crear aún bendecida con mi don me sumergió en la bruma del no sentido.
Pero viniste a mí. De otras tierras. Otros colores. Mi vida volvió a la vida. Eres mi vida. Y daría mi vida por ti.
Así que no me dejes. Sostengo tu mano. Siente mi calor. Vuelve de donde te hayan llevado esas drogas.
Francisco J. Tomás.
Y por último, los que realizaron cuando se proyectó Reina de Corazones:
La partida transcurre entre los jugadores. Los naipes se esconden entre las avariciosas manos. Frente al tipo de gafas oscuras se sienta la dama de la peluca rubia. A su derecha hay un pardillo con sus últimas fichas y a la siniestra un opulento padrino con sus sustanciosas ganancias. El otro jugador es insignificante. Baja la mirada a sus cartas y piensa que tiene la jugada ganadora. La reina de corazones le ha guiñado un ojo. Ya está decidido. Todo o nada.
Paco Bas.
Supo que el tiempo había ajado su amor cuando la monotonía del narcisismo le devolvió el reflejo ciego de su mirada tuerta. Desconchones de pasión en el recuerdo no podían hacer un presente viable. Demasiadas cicatrices acaban infartándola a una.
Francisco Gijón.
La picarona de la escalera de enfrente me mira todos los días, cada vez que saco al canario a la terraza. La veo sonreírme, con el gesto idéntico de todas las mañanas, y me guiña un ojo, como buscando de mí una confidencia cualquiera.
La aviesa dama del edificio del otro lado de la calle hoy se ve mejor. Sin el marco del ventanal, ella está también fija en su marco… de madera.
Marina Limiñana.
Es la primera vez que me lo preguntan: ¿Quién eres? Respondí mi nombre. No -contestó enfadada- ¿Quién eres en realidad? Respondí: Oscar musculoso, David inteligente, Luis rico, Martín hermoso. Soy todos y ninguno en especial. La lista es más larga de lo que recordaba. Los he conquistado a todos. -Dije con vehemencia- “Son la reina con dos corazones”.
Gloria López.
Se desdibuja tu reflejo dejándome en la duda de tu verdad y de si, eres bella como pareces o sólo una apariencia. Me dominas a través del amor. Me iluminas con tu sonrisa socarrona. No eres la Reina, eres el As. Contigo todo acaba y empieza.
Natalia Molinos.
Allí está, mírala. ¡Me emociona verla!
¡Pero no gires la cabeza aún! ¡Nos mira!
¿Que no es guapa? ¿Y qué? No sabes lo que me despierta. No has visto sus guiños… Los hace con coqueta indiferencia . Y su sonrisa…
¡Qué dices! ¿que no tiene labios? Su sonrisa abre las nubes, chaval. No hay lluvia que me entristezca si la tengo a la vista.
¿Cómo? Una mujer sola para toda la vida? ¿La has visto bien? Inocente de ti… Anda, gira ahora, que está frente a la fuente. Te juro que cuando la refleja el agua veo a otra. Dulce. Cariñosa. No es solo una mujer. Escucha, si tuviera un solo suspiro, pediría otro para poder soltarlos por ella y esa que el agua retrata. Para la una dulce y la otra resalada.
Dos pares de latidos más… Y gastarlos por mi reina de corazones.
Francisco J. Tomás.